lunes, 12 de abril de 2021

ELVIRA QUIERE SER RATÓN (Cuento)

 Cuenta la luna:

Para Elvira C.B. con cariño

En un lugar conocido como Todoesposible, donde los sueños se cumplen cuando se desean con mucha fuerza y siempre para buenos fines, nació hace tiempo una princesita que recibió el nombre de Elvira.

Tan bonita, como espabilada y a la vez traviesa, se deshacía en llantos, rabietas y caras de súplica cuando no le daban lo que pedía a todas horas. Podía decirse que era una caprichosa, aunque sus padres la estaban inculcando a distinguir muy bien lo que era importante de lo fútil, lo que le serviría para toda su vida del mero capricho del momento. Y así, con esas advertencias de: “Esto sí”, “Esto no”, “Esto es bueno y lo otro no tanto”, Elvira pasó sus primeros años de vida.

Como ya se dijo que era muy traviesa, algunas de las estancias del Palacio las tenía vetadas, tal era el caso de la despensa, aunque se colaba cuando la cocinera estaba distraída, y salía corriendo con alguna rosquilla en la mano; también estaba prohibido el despacho de su padre, pero cuando atisbaba una leve apertura se colaba para sentarse sobre sus rodillas y revolverle todos los papeles; o cuando las doncellas y su mamá estaban con los cambios de ropa de temporada, entonces Elvira se colaba en los vestidores y salía disfrazada con lo primero que encontraba.

Lo mismo ocurría cuando el abuelo mandaba disponer el caballo para salir a pasear, entonces la niña se agarraba a sus piernas rogando a gritos que la llevara a dar un paseo a lomos del corcel más blanco, su preferido; y cuando la abuela paseaba por el jardín admirando su decoración floral, Elvira cortaba las flores que le gustaban sin pensar que estaba destrozando la cálida armonía.

En definitiva, era un auténtico terremoto. No había nada que se le resistiera, ni rincón del Palacio que no hubiera explorado: desde las altas torres, hasta los bajos sótanos, pasando por cada uno de los salones y estancias. Hubiera o no visitas, Elvira lo recorría todo, a veces corriendo, a veces en patines.

Otro de sus juegos era abrir todas las puertas para que las corrientes las cerraran dando fuertes portazos. El resultado era asustar a todos: un grito de mamá, una tinta derramada en los papeles de papá, un despertar brusco de la siesta del abuelo, un ataque de tos de la abuela, un bote de mermelada caído de las manos de la cocinera, ladridos de los perros, huidas de los gatos, revoloteo de los pájaros, relinchos de los caballos y ataque de risa de su cuidadora, que aunque siempre estaba detrás de Elvira, nunca llegaba a tiempo y lejos de regañarla la dejaba hacer lo que quisiera, que para eso vivía en Todoesposible. Además, la princesita era tan mona y cariñosa que les tenía el corazón robado del primero al último.

A la edad de cinco años Elvira todavía no había mejorado en su comportamiento, pero sí en sus observaciones y en los muchos recorridos por el Palacio detectó que había una puerta que no se podía abrir; es más, por mucho que buscó la llave nunca la encontró, así que un día le preguntó a una doncella: ¿Por qué se no puede abrir esta puerta para ver lo que hay dentro? A lo que la doncella contestó: “Ahí solo hay ratones”.

Aquella respuesta le pareció tan rara como misteriosa. “Una habitación solo para ratones”, y empezó a imaginar como sería la vida de una familia de ratones, conviviendo con otra de humanos, sin que nadie se molestara ni tuvieran miedo unos de otros. Lo cierto es que Elvira nunca había visto ratones en el Palacio y pensó que era por los gatos, pero ahora comprendió que “Ellos tienen su propio Palacio”, se dijo.

Pasó el tiempo y cuando Elvira cumplió siete años, edad a la que según la tradición de Todoesposible, todos los niños y niñas que allí vivían podían hacer una petición de lo que más desearan, siempre que fuera algo útil para su futuro, y lo recibirían como regalo por parte de Palacio. La ceremonia era así: Los afortunados llegaban en compañía de sus padres y tras los saludos oportunos exponían sus sueños; por ejemplo: una bicicleta para poder ser deportista y dejar el pabellón de Todoesposible muy alto; o bien un tutú y unas zapatillas de punta para poder ser una gran bailarina y actuar en muchos teatros representando a Todoesposible; también un microscopio para poder investigar y así curar las enfermedades de los lugareños y del mundo entero, etc. Cada sueño era compensado.

Ese mismo día, entre las peticiones estaba la de Elvira, que para la ocasión también la acompañaron por sus padres a formular su deseo ante los abuelos, como máximos representantes del Palacio, y dijo: “Quiero ser un ratón”.

Lo que siempre había sido una recepción seria y muy protocolaria, en esta ocasión se convirtió en un escándalo. La princesa Elvira, en vez de desear una bonita corona para ser la mejor princesa de Todoesposible y del mundo entero, va y dice que quiere ser un ratón. Nadie pudo contenerse y el resultado de la nueva ocurrencia de Elvira fue: ataques de risa, tirarse por los suelos, subirse a las sillas, caras de asombro, ridículas muecas, carrillos hinchados, ojos llorosos, narices enrojecidas, dentaduras que se escapaban de la boca: “Ja, ja, ja... “. Todos, incluso los padres y los abuelos de Elvira se olvidaron de quienes eran y cuál era su lugar produciendo un coro de carcajadas. Era fácil regalar una bicicleta, unas zapatillas de baile, un microscopio, etc. pero como nadie hasta ahora pidió convertirse en un animal no tenían ni idea de cómo hacerlo.

Las doncellas corrían de un lado para otro ofreciendo vasos de agua para apaciguar las risas y las toses producidas por la ocurrencia de la niña. Incluso cuando la ofrecieron beber a ella, pero dijo: “No me hace falta porque no me río”. Todos estaban muy divertidos menos Elvira, pues ella lo tenía claro y su petición iba en serio.

Cuando al final la cordura y la compostura fue llegando lentamente a cada uno de los asistentes a la ceremonia, el abuelo de Elvira como máxima autoridad le preguntó: “Mi querida nieta, ¿me podrías explicar por qué quieres ser un ratón, a ver si puedo hacer algo por ti?”

Entonces Elvira, muy serena expuso que cuando juega a abrir las puertas del Palacio para que se cierren de golpe y asustar a todos, hay una puerta que nunca puede abrir, incluso ha buscado la llave y no la encuentra; además la doncella le había dicho que allí solo entran los ratones, por lo tanto, si ella es un ratón podrá entrar en el cuarto cerrado sin ningún problema.

Todos se quedaron callados y sorprendidos. Como nadie supo rebatir su argumento, el tiempo de silencio fue más incómodo que el de las risas: unos miraban hacia el techo, otros hacia el suelo, unos se mordían las uñas, otros se mesaban la barba o el cabello, las doncellas se quedaron como estatuas con las jarras de agua suspendidas en el aire y hasta la intensidad de luz disminuyó para hacer más misterioso el momento. Toda la escena parecía un tapiz.

Entonces, el sabio abuelo, bajó del estrado, se dirigió a Elvira, la tomó de la mano y dijo: “Vamos”. Invitó al resto de la comitiva a que les siguieran.

Todos en silencio recorrieron el trayecto suficiente hasta llegar ante la puerta cerrada. Extrajo de uno de sus bolsillos una reluciente llave, y dijo a la niña: “Cierra los ojos”. La comitiva hizo lo mismo.

Cuando la puerta cedió a la llave y a los goznes, con un ruido más que misterioso, el abuelo tomó a Elvira por lo hombros y la adelantó varios pasos. “Ya los puedes abrir”. La exclamación fue un gran: ¡Ooohhhh!, secundado por el acompañamiento.

Las montañas de libros que aparecieron ante los ojos de Elvira y de todos los presentes llenó de orgullo al gran bibliófilo que, desde ese mismo instante, consideró que su biblioteca particular no podía estar más tiempo cerrada, que debía ponerse al servicio de todos los que por vergüenza o timidez en algún momento hubiera querido pedir libros para aprender, pero no se atrevieron, por si causaba la risa de los demás, y había tenido que ser la princesa Elvira la que motivara el hecho.

No era cierto que en ese lugar hubiera ratones, pero sí fue cierto que desde ese día cada mañana y cada tarde se llenara la estancia de ávidos lectores para aprender muchas cosas útiles para su futuro. Desde ese día todos se consideraron “ratones de biblioteca”.

Con el paso del tiempo la princesa Elvira, que se fue leyendo todos los libros de la biblioteca del Palacio, pasó a ser la bibliotecaria de Todoesposible y, sin dejar de lado su alcurnia, con su simpatía y buen hacer, ayudó a que los sueños de muchos se cumplieran gracias a los libros y la lectura.

Nunca más hubo portazos sino: ¡Shhhhh! “Estamos leyendo”.


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