Cuenta la luna:
Para Elvira C.B. con cariño
En un lugar conocido como Todoesposible,
donde los sueños se cumplen cuando se desean con mucha fuerza y siempre para
buenos fines, nació hace tiempo una princesita que recibió el nombre de Elvira.
Tan bonita, como espabilada y a la vez
traviesa, se deshacía en llantos, rabietas y caras de súplica cuando no le
daban lo que pedía a todas horas. Podía decirse que era una caprichosa, aunque sus
padres la estaban inculcando a distinguir muy bien lo que era importante de lo
fútil, lo que le serviría para toda su vida del mero capricho del momento. Y
así, con esas advertencias de: “Esto sí”, “Esto no”, “Esto es bueno y lo otro no tanto”, Elvira pasó sus primeros años de vida.
Como ya se dijo que era muy traviesa, algunas
de las estancias del Palacio las tenía vetadas, tal era el caso de la despensa,
aunque se colaba cuando la cocinera estaba distraída, y salía corriendo con
alguna rosquilla en la mano; también estaba prohibido el despacho de su padre,
pero cuando atisbaba una leve apertura se colaba para sentarse sobre sus
rodillas y revolverle todos los papeles; o cuando las doncellas y su mamá
estaban con los cambios de ropa de temporada, entonces Elvira se colaba en los vestidores y salía disfrazada con lo
primero que encontraba.
Lo mismo ocurría cuando el abuelo mandaba
disponer el caballo para salir a pasear, entonces la niña se agarraba a sus
piernas rogando a gritos que la llevara a dar un paseo a lomos del corcel más
blanco, su preferido; y cuando la abuela paseaba por el jardín admirando su
decoración floral, Elvira cortaba las flores que le
gustaban sin pensar que estaba destrozando la cálida armonía.
En definitiva, era un auténtico terremoto. No
había nada que se le resistiera, ni rincón del Palacio que no hubiera explorado:
desde las altas torres, hasta los bajos sótanos, pasando por cada uno de los
salones y estancias. Hubiera o no visitas, Elvira lo
recorría todo, a veces corriendo, a veces en patines.
Otro de sus juegos era abrir todas las
puertas para que las corrientes las cerraran dando fuertes portazos. El
resultado era asustar a todos: un grito de mamá, una tinta derramada en los
papeles de papá, un despertar brusco de la siesta del abuelo, un ataque de tos
de la abuela, un bote de mermelada caído de las manos de la cocinera, ladridos
de los perros, huidas de los gatos, revoloteo de los pájaros, relinchos de los
caballos y ataque de risa de su cuidadora, que aunque siempre estaba detrás de Elvira, nunca llegaba a tiempo y lejos de regañarla la dejaba
hacer lo que quisiera, que para eso vivía en Todoesposible. Además, la princesita era tan mona y cariñosa que les tenía el corazón robado del
primero al último.
A la edad de cinco años Elvira todavía no había mejorado en su comportamiento, pero sí
en sus observaciones y en los muchos recorridos por el Palacio detectó que
había una puerta que no se podía abrir; es más, por mucho que buscó la llave nunca
la encontró, así que un día le preguntó a una doncella: ¿Por qué se no puede abrir esta
puerta para ver lo que hay dentro? A lo que la doncella contestó: “Ahí solo hay ratones”.
Aquella respuesta le pareció tan rara como
misteriosa. “Una
habitación solo para ratones”, y empezó a imaginar como sería la vida de
una familia de ratones, conviviendo con otra de humanos, sin que nadie se
molestara ni tuvieran miedo unos de otros. Lo cierto es que Elvira nunca había visto ratones en el Palacio y pensó que era
por los gatos, pero ahora comprendió que “Ellos tienen su propio Palacio”, se dijo.
Pasó el tiempo y cuando Elvira cumplió siete años, edad a la que según la tradición de Todoesposible,
todos los niños y niñas que allí vivían podían hacer una petición de lo que más
desearan, siempre que fuera algo útil para su futuro, y lo recibirían como
regalo por parte de Palacio. La ceremonia era así: Los afortunados llegaban en
compañía de sus padres y tras los saludos oportunos exponían sus sueños; por
ejemplo: una bicicleta para poder ser deportista y dejar el pabellón de Todoesposible
muy alto; o bien un tutú y unas zapatillas de punta para poder ser una gran
bailarina y actuar en muchos teatros representando a Todoesposible;
también un microscopio para poder investigar y así curar las enfermedades de
los lugareños y del mundo entero, etc. Cada sueño era compensado.
Ese mismo día, entre las peticiones estaba la
de Elvira, que para la ocasión también la acompañaron por sus
padres a formular su deseo ante los abuelos, como máximos representantes del
Palacio, y dijo: “Quiero
ser un ratón”.
Lo que siempre había sido una recepción seria
y muy protocolaria, en esta ocasión se convirtió en un escándalo. La princesa Elvira, en vez de desear una bonita corona para ser la mejor
princesa de Todoesposible y del mundo entero, va y dice que quiere ser
un ratón. Nadie pudo contenerse y el resultado de la nueva ocurrencia de Elvira fue: ataques de risa, tirarse por los suelos, subirse a
las sillas, caras de asombro, ridículas muecas, carrillos hinchados, ojos llorosos,
narices enrojecidas, dentaduras que se escapaban de la boca: “Ja, ja, ja... “. Todos,
incluso los padres y los abuelos de Elvira se
olvidaron de quienes eran y cuál era su lugar produciendo un coro de carcajadas.
Era fácil regalar una bicicleta, unas zapatillas de baile, un microscopio, etc.
pero como nadie hasta ahora pidió convertirse en un animal no tenían ni idea de
cómo hacerlo.
Las doncellas corrían de un lado para otro
ofreciendo vasos de agua para apaciguar las risas y las toses producidas por la
ocurrencia de la niña. Incluso cuando la ofrecieron beber a ella, pero dijo: “No me hace falta porque no
me río”. Todos
estaban muy divertidos menos Elvira, pues
ella lo tenía claro y su petición iba en serio.
Cuando al final la cordura y la compostura
fue llegando lentamente a cada uno de los asistentes a la ceremonia, el abuelo
de Elvira como máxima autoridad le preguntó: “Mi querida nieta, ¿me
podrías explicar por qué quieres ser un ratón, a ver si puedo hacer algo por
ti?”
Entonces Elvira, muy
serena expuso que cuando juega a abrir las puertas del Palacio para que se
cierren de golpe y asustar a todos, hay una puerta que nunca puede abrir,
incluso ha buscado la llave y no la encuentra; además la doncella le había
dicho que allí solo entran los ratones, por lo tanto, si ella es un ratón podrá
entrar en el cuarto cerrado sin ningún problema.
Todos se quedaron callados y sorprendidos.
Como nadie supo rebatir su argumento, el tiempo de silencio fue más incómodo
que el de las risas: unos miraban hacia el techo, otros hacia el suelo, unos se
mordían las uñas, otros se mesaban la barba o el cabello, las doncellas se
quedaron como estatuas con las jarras de agua suspendidas en el aire y hasta la
intensidad de luz disminuyó para hacer más misterioso el momento. Toda la
escena parecía un tapiz.
Entonces, el sabio abuelo, bajó del estrado,
se dirigió a Elvira, la tomó de la mano y dijo: “Vamos”. Invitó al
resto de la comitiva a que les siguieran.
Todos en silencio recorrieron el trayecto
suficiente hasta llegar ante la puerta cerrada. Extrajo de uno de sus bolsillos
una reluciente llave, y dijo a la niña: “Cierra los ojos”. La
comitiva hizo lo mismo.
Cuando la puerta cedió a la llave y a los goznes,
con un ruido más que misterioso, el abuelo tomó a Elvira por lo hombros y la adelantó varios pasos. “Ya los puedes abrir”. La
exclamación fue un gran: ¡Ooohhhh!, secundado por el acompañamiento.
Las montañas de libros que aparecieron ante
los ojos de Elvira y de todos los presentes llenó de orgullo al
gran bibliófilo que, desde ese mismo instante, consideró que su biblioteca
particular no podía estar más tiempo cerrada, que debía ponerse al servicio de
todos los que por vergüenza o timidez en algún momento hubiera querido pedir
libros para aprender, pero no se atrevieron, por si causaba la risa de los
demás, y había tenido que ser la princesa Elvira la que
motivara el hecho.
No era cierto que en ese lugar hubiera
ratones, pero sí fue cierto que desde ese día cada mañana y cada tarde se llenara
la estancia de ávidos lectores para aprender muchas cosas útiles para su
futuro. Desde ese día todos se consideraron “ratones de biblioteca”.
Con el paso del tiempo la princesa Elvira, que se fue leyendo todos los libros de la biblioteca del
Palacio, pasó a ser la bibliotecaria de Todoesposible y, sin dejar de
lado su alcurnia, con su simpatía y buen hacer, ayudó a que los sueños de
muchos se cumplieran gracias a los libros y la lectura.
Nunca más hubo portazos sino: ¡Shhhhh! “Estamos leyendo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por leer y jugar. ¡Hasta pronto!