miércoles, 25 de marzo de 2020

Cuento: ¡Platón soy yo! (LECTURA RECOMENDADA)

PILAR DEL CAMPO PUERTA

Siempre las mascotas son una excelente compañía. Por eso, os recomiendo un cuento que trata de un gato y su buena relación con la familia que lo acogió. Os regalo unas líneas de presentación... Espero que os guste.
¡Platón soy soy!...

 -¡Uno menos! —dijo Casilda cuando me vio enclenque y medio asϐixiado, pensando en tirarme a la basura.
- De eso nada, a este le daremos biberón y ya verás si sale adelante. 

Soy descendiente de una preciosa gata gris llamada Luscinda, que trajo al mundo seis cachorros, entre ellos yo. Luscinda vive con su dueña, doña Elvira, y una vieja criada y siempre está enfadada. 

- ¿Qué haremos con tantos gatos cuando para Luscinda? —preguntaba Casilda sin cesar y esperando como respuesta que podía deshacerse de todos. Pero no.
- Pues ya veremos —contestaba doña Elvira con la parsimonia que la caracterizaba.

Cuando llegué, la decisión de Casilda fue rápida al verme enclenque, desvalido y casi sin aliento.
- Este es el primero en ir a la basura —dijo la vieja y gruñona criada.
- No. Lo criaré a biberón — sentención doña Elvira. 

Gracias a ella estoy aquí. Siempre agradeceré su gesto de salvarme la primera vida, pues debió darle pena mi aspecto o, tal vez, pensó que mi crianza podía ser motivo de diversión en su aburrida vida. El resto de mis hermanos fueron desapareciendo uno a uno; o mejor dicho, colocados entre las amistades de doña Elvira. 

-No quiero aquí más gatos que Luscinda y porque no me queda más remedio que aguantarla, la muy arisca —decía Casilda, al repartidor del supermercado que estuvo un rato rascándome la cabeza.
- Es muy bonito y gracioso. Es un azul europeo. Mi abuela tiene uno igual —contestó el repartidor mientras me seguía acariciando. 
- Pues llévaselo a tu abuela —contestó Casilda de muy malos modos. 

Vivir en casa de Luscinda, que solo mostraba interés por la comida y las carantoñas de su dueña, siempre adormilada sobre un horroroso cojín lleno de lazos, me ayudó a descubrir muchas cosas y distinguir objetos: mesa, silla, sillón, armario, cama, nevera, televisión, ventana… 




... Así, me llevaron a un lugar donde había muchas voces y mucha competencia: perros, pájaros, tortugas, serpientes… 

Pensé en el abandono y en tener que empezar una nueva vida, pero no; al parecer me habían llevado a una clínica donde precisamente tratan de alargar la vida actual. Allí me pesaron, midieron, vieron mis dientes, mi lengua, mi cola, mis uñas, mi pelo, mis ojos. Caricia va y caricia viene, hasta que ¡Zas! Un pinchado inesperado. 

Me revolví a morder al insensato que me pilló desprevenido. Luego una golosina y como si nada. Ya estaba vacunado, pero al preguntar por mi nombre 

-No tiene. Todavía no lo hemos pensado —respondieron. Y es cierto que nunca tuve nombre porque en casa de Luscinda me llamaban, simplemente, gato. 

Aquel tropiezo les hizo reflexionar: Robi, Truϐi, Prici, Mici, Crispi… Yo haciéndome el ausente antes que atender a cualquier cursilería. ¡No podía consentir, que siendo un gato de raza “azul ruso”, me llamaran así!

Y en eso estaba cuando alguien dijo —Que coma poco, no un platón —refiriéndose a la ración que debía tomarse algún bicho de los allí reunidos, pero como al decir “platón”, sin saber por qué, di un salto inesperado, todos lo interpretaron como una respuesta. Desde ese día mi nombre es Platón. ¡Platón soy soy!...

NOTA:
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