lunes, 1 de agosto de 2022

BAILAR, BAILAR Y BAILAR (Cuento)

PILAR DEL CAMPO PUERTA

Doña Flora, la conserje, siempre a las once de la mañana, toca la campana anunciando la hora del recreo y, en un instante, los silenciosos pasillos del colegio, se convierten en un ir y venir de niños y niñas con el bocadillo en la mano, para alcanzar cuanto antes el patio y poder dar rienda suelta a sus energías.

Es entonces cuando los profesores salen con sus papeles bajo el brazo en dirección al cuarto destinado para ellos. Allí pueden charlar,  tomar un café y planificar las clases siguientes. 

Tanto en el patio como en el cuarto de profesores, todos dejan a un lado las tensiones y los devaneos, para afrontar con fuerza las últimas horas de la mañana antes de ir a comer, unos a sus casas y otros al comedor del colegio.

Don José, uno de los tutores, siempre está con lo mismo: “Creo que sería conveniente ampliar las horas de estudio en el aula para que cuando los niños lleguen a casa no tengan que hacer los deberes y tengan la tarde más libre”.

Mr. Smith, el profesor de inglés, está totalmente de acuerdo con la propuesta: “Yes, perfect”.

El de música, Don Pedro, moviendo la mano como si dirigiera una orquesta añade: “En mi opinión deberían aumentar las audiciones para hacer de estas tiernas criaturas unos expertos en música”.

Enrique que es quien imparte la Educación Física y es apodado “el cachas” porque conserva una buena forma física ya que no para de hacer deporte en todo el día, hace su alegato en favor de: “cuerpo sano, mente sana”.

Carla, la profesora de baile que va en puntas a todos lados y de vez en cuando se lanza al aire dando un salto, una pirueta, sostiene lo dicho por Enrique y hace alusión a lo importante que es la postura del cuerpo para mantener un buen equilibrio.

Doña Petronila, la extravagante profesora de teatro, que se pasa todo el tiempo declamando y recitando poemas mientras mueve la cabeza hacia atrás y abre muchísimo los brazos, como si quisiera abrazar a todo el mundo a la vez, siempre está pensando en representar las obras que ella misma escribe para que los alumnos aúnen muchas disciplinas a la hora de actuar frente al público.

Los profesores, con sus humeantes tazas de café en la mano, dan su opinión para mejorar la enseñanza, el aprendizaje y el rendimiento de los escolares, siempre pensando en su futuro.

Y cuando corresponde, aparece el director Don Paco, al que llaman “malas pulgas”, que con voz gruesa y contundente les recuerda: “Señoras y señores, no se olviden que por la tarde hay reunión de evaluación”.

En el patio siguen los gritos y las carreras tras los balones, los saltos a la comba, el lanzamiento de peonzas contra el suelo, el juego del “pilla pilla” y muchos más. Pero un niño llamado Alberto está solo en un rincón con cara de preocupación. Su hermana Vero que le ve se acerca y le pregunta:

- ¿Qué te pasa?

- Estoy triste pues, aunque soy amigo de Robin y Harry, no consigo entenderme con ellos.

Nada es de extrañar.  Robin y Harry han llegado nuevos al colegio, uno de Zaire y otro de Madagascar; por eso no entienden nada y nadie les entiende a ellos, y es durante los recreos cuando tienen que reforzar la lengua española a fin de poder comunicarse cuanto antes con los profesores y los compañeros.

 Desde su llegada, Robin y Harry, habían hecho muy buenas migas con Alberto y siempre se les veía a los tres juntos, pero en completo silencio, porque no podían entenderse. Y cuando se ponían tristes por este problema la psicóloga les tranquilizaba diciendo que llegaría el día en que podrían contárselo todo.

 Era cierto, los días pasaban y Robin y Harry ya sabían algunas expresiones como: “muchas gracias”, “por favor”, “sí, me gusta”, “no lo quiero”. Así como el nombre de algunos objetos: “casa”, “colegio”, “cuaderno”, “mesa”, “silla”, “comida”, “amigo”...

 Hasta que un día, cuando los tres niños estaban sentados con la mirada perdida en el horizonte, callados porque todavía no podían mantener una conversación larga, les vino de lejos el sonido de una melodía. La estuvieron escuchando unos instantes hasta que Harry dijo: “música”,  Robin dijo: “baile” y Alberto dijo: “Sí, vamos a bailar con la música”. Y los tres se lanzaron a mover el cuerpo como locos.

 Así, ahora, en los recreos, mientras los profesores charlan en su cuarto frente a las humeantes tazas de café y el resto de los compañeros corren tras los balones, juegan al “pilla pilla”, lanzan peonzas contra el suelo o saltan a la comba, Alberto, Robin y Harry se dedican a bailar. 

- Qué bien lo hacéis -dice Ainhoa. 

- A mí también me gusta mucho bailar -afirma Estrella.

- Lo mío es el rap -dice Raquel, una niña que viste de forma muy peculiar.

- Pues uniros a nosotros -les anima Alberto sin dejar de hacer todo tipo de movimientos.

Todos acabaron divirtiéndose con el baile y la música, y se dieron cuenta que la comunicación no es solo cuestión de palabras: la expresión corporal es igual de importante. La profesora Carla se une a ellos siempre que puede.


(Este cuento fue escrito hace años en colaboración con un grupo de niños de Alcorcón. En su momento fueron solo unas simples cuartillas para lectura de unos pocos, y ahora se difunden para que muchos más lectores puedan disfrutarlosEs un regalo de lectura para el verano).

NOTA:

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