martes, 21 de junio de 2022

EL CIRCO (Cuento)

 PILAR DEL CAMPO PUERTA

Soy un circo.

Sí, todo eso que está formado por personas, animales y cosas, que van de un lado para otro en unos camiones enormes y que al llegar la tarde, bajo la carpa, todo el público espera ver las actuaciones más intrépidas.

Soy un circo y estoy francamente orgulloso de ello.

Cuando era pequeño apenas tenía capacidad para diez o veinte espectadores, un león y un tigre que se pasaban todo el día discutiendo mientras el tomador ponía orden, un equilibrista que pasaba mucho miedo subido al alambre porque padecía de vértigo, un caballo qué servía para varios números y que acababa tan cansado que cuando llegaba el final de la función y todos los artistas salían nuevamente a saludar, él se había quedado dormido en la cuadra. Los payasos también eran un fracaso, porque cuando intentaban hacer reír a los niños con sus chistes, como eran tan malos, todos se quedaban callados, y los más pequeños rompían a llorar, por lo que sus papás pensaban que acababan de coger alguna enfermedad repentina.

El director de pista también tenía su problema: se constipado con facilidad, por lo que presentaba a los artistas entre estornudos:


- Ahora, ¡atchís! con todos ustedes ¡atchís!  los payasos ¡atchís! 

Y por último en la carpa. Como por aquel entonces apenas había dinero para nada, la carpa estaba llena de remiendos. Remiendos que hacían todos los artistas después de la última función entre risas, canciones y disparates. Realmente tuve una infancia feliz.

Ahora todo ha ido mejorando. Y aunque el director de pista sigue siendo el mismo, se han incorporado más artistas y todos son amigos míos, por eso los voy a presentar.

Por un lado el domador de leones, Petrus. Es un hombre muy fuerte y valiente, y a mí me da mucho gusto verle la jaula con cinco leones y tres tigres dando órdenes, a golpe de látigo, para que los animales suban, bajen, salten y atraviesen aros de fuego. Pero como sin duda, demuestra más valor, cuando introduce en la boca de los animales su propia cabeza. 

El domador tiene un hijo que todavía es pequeño pero que ya promete ser una estrella pues, cuando ayuda dentro de la jaula, no tiene ningún miedo.

Luego está el caballista Polter Harrow, que se mueve por la pista con doce caballos y va saltando de uno a otro con gran agilidad. A veces se pone de pie  sobre dos caballos, llevando un pie en cada uno.

Los elefantes también hacen un número espectacular llevados por su domador, Tober Apicio. Pero lo más que impresiona es cuando se tumba en el suelo y el elefante le pasa por encima con tanto cuidado que ni le roza, pero yo siempre pienso: ¡anda que como le pisé…!

El trapecio es una actuación que me hace tener el alma en vilo. Daneitor, es el artista que allá en lo más alto de la carpa se balancea en el trapecio como si fuera un columpio del parque de los niños juegan.  Luego se deja caer haciendo piruetas en el aire hasta llegar al otro trapecio, y repite la operación una, dos y tres veces. A mí me entra un mareo que no hay por dónde cogerme, pero de Daneitor se queda tan fresco. Por eso, recibe grandes ovaciones del público.

Otra actuación que me fascina es la de las bailarinas. Las hay de varios países todas muy guapas y cada una de ellas hace su exhibición de baile, pero a mí la que más me gusta es la danza del vientre de Yasmarian.  Y yo, cuando nadie me ve, intento invitarla moviéndome sin parara, pero como todos creen que hay un terremoto lo dejo para no asustarlos.

Y por último los payasos Malaka, Moloko y Muluku,  que con sus caras pintadas, sus trajes de colores, sus chistes, sus caídas, su música y su empatía cautivan a niños y mayores. No sabría decir cuál de ellos es más gracioso, porque no paro de reír cuando aparecen en la pista. Me río tanto que un día salió la carpa volando como un globo ante el asombro de los artistas y espectadores pero enseguida me controlé y la dejé caer en un sitio como si no hubiera pasado nada. Entonces se oyeron grandes aplausos que gustosamente compartí con los payasos.

Esta es mi vida de ahora, tranquila y agitada un tiempo, pero sigo igual de feliz que cuando nací, creciendo cada día un poquito más y llenándome cada tarde de amigos que vienen a ver el espectáculo de los artistas. Aunque no solo estos son importantes en el circo, también lo son los que realizan otras actividades para que todo esté en perfecto estado.  Pero en este caso voy a hablar del que cuida, limpia, y da de comer a los animales. Se llama Tomario. Es un muchacho muy risueño que silba canciones y siempre lleva en la cabeza una gorra, pero cómo se cambia la visera de un lado a otro yo me armó un lío tremendo porque no sé si va o viene.

- ¿Qué tal Tomario? - le pregunta el director de pista Don Nicolás

- ¡Estupendichurri! - contesta él mientras sigue llevando cubos llenos de agua y comida para los animales.

Sin embargo, Tomario tenía un sueño. Sabía muy bien que no tenía habilidad para domar leones, ni elefantes, ni caballos; tampoco era capaz de subirse al trapecio; de payaso no se veía porque los que había eran tan buenos que le hubiese costado mucho igualarlos, de mago tampoco pues no lo había mejor en ninguno mejor en todos los circos del mundo como el gran Maginmagun… Y así enumerando todos los oficios que hay en el circo él siempre se imaginó como director de pista, por eso cada vez que se constipaba Don Nicolás, soñaba que le sustituía.

Y llegó el día. Don Nicolás se constipo de tal manera ¡atchís!  que contagió muchos ¡atchís! incluyéndome a mí ¡atchís!  y el único capaz de sustituirle ¡atchís!, pues cada uno tenía su ocupación, era Tomario. Así que Don Nicolás habló con él.

- Querido Tomario, ¡atchís!  Ya sabes la situación de constipado por la que atraviesa el circo ¡atchís!  Unos más que otros estamos todos ¡atchís!  Y aunque algunos pueden trabajar yo me siento incapaz ¡atchís!  ¡atchís!  ¡atchís! Por eso, ¡atchís!  vengo a pedirte un gran favor, ¡atchís! 

- Usted dirá Don Nicolás - dijo Tomario muy preocupado

- ¿Te gustaría ser el director de pista mientras me recupero? ¡atchís! ¡atchís! ¡atchís! 

- ¡Estupendichurri! -respondió Tomario sin pensarlo dos veces.

- Por cierto, ¿cómo has conseguido no pillar el constipado? -se interesó Don Nicolás.

- Tomando mucha fruta y haciendo ejercicio -contesto Tomario.

- ¡Estupndi…! lo que sea, ¡atchís! ¡atchís! ¡atchís! 

Así Tomario cumplió su sueño y esa tarde, con gran estilo y gracia, presentó a los artistas mientras niños, papás y abuelos disfrutaban. Y yo, el circo, una tarde más acogía a todos con gran emoción.

(Este cuento fue escrito hace años en colaboración con un grupo de niños de Alcorcón. En su momento fueron solo unas simples cuartillas para lectura de unos pocos, y ahora se difunden para que muchos más lectores puedan disfrutarlosEs un regalo de lectura para el verano).

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