Cuenta la luna:
Cierto día, cuando Rita estaba
trasteando por el desván de la casa grande (llamaba así a la casa del pueblo de
sus abuelos, por lo grande que a ella le parecía acostumbra al piso de la capital)
que encontró un pequeño cuadro de flores, en un rincón, lleno de polvo.
Apenas se distinguían los colores
pero Rita dio un par de soplidos para que limpiarlo y… ¡Atchis! repitió varias
veces, porque lejos de irse el polvo, éste se le metió por la nariz. Así que
decidió bajar a la cocina y con un trapo viejo limpiar a fondo su hallazgo.
En efecto, era un pequeño cuadro
con el fondo rojo y unas flores dentro de un jarrón ce cristal. A Rita le
pareció precioso y pensó que en su habitación quedaría bien, pero antes
necesitaba saber algo más del cuadro: quién lo había pintado, desde cuando
estaba allí, porque se había guardado en el desván… Sería una investigación en
toda regla, como si de un cuadro del mejor Mueso se tratara. Por eso, antes de enseñárselo
a nadie debería hacer los interrogatorios.
Empezó por el abuelo, al que no
puedo sacar nada. La abuela tampoco sabía qué contestar porque nada sabía o se
acordaba. Tío Alberto, como casi nunca iba por el pueblo quedaba descartado. Sus
primos y su hermano eran demasiado pequeños. Papá se unió a la familia cuando
se casó con mamá. Por lo tanto, mamá era la única que quedaba por interrogar, y
vaya si sufrió una gran batería de preguntas hasta que al final confesó.
Efectivamente el cuadro lo había
pintado la mamá de Rita, pero como no le pareció bonito, aunque le daba pena tirarlo por el trabajo
que le costó hacerlo, decidió no decir nada y esconderlo en el último rincón
del desván, pensando que jamás sería descubierto. Pero mira por donde, la
curiosa Rita había dado con él muchos años después.
“Pues es precioso mamá”, dijo
Rita y añadió que quería ponerlo en su habitación.
Su mamá sonrió pensando que tal
vez se equivocó al esconder el cuadro, pero ahora estaba muy satisfecha de que su a hija le gustara.
Entre las dos lo limpiaron con cuidado y éste pudo adornar la habitación de
Rita, que está tan muy contenta sabiendo que lo pintó su madre siendo niña como ella.
A la madre de Rita ahora le gusta
mirar el viejo cuadro descubierto en el desván. Piensa que fue una tontería no
haberlo mostrado antes, ¡con el esfuerzo que le costó! Y la verdad, ahora
reconoce no quedaron tal mal las florecillas en un jarrón de cristal, y que
ahora en la habitación de Rita parecen más bonitas.
Por favor, si quieres hacer uso de
este cuento, cita a la autora: © Pilar del Campo Puerta (está en el
Registro de la Propiedad Intelectual). Gracias.
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